miércoles, 27 de enero de 2010

¡SANTO, SANTO!

Mi héroe máximo siempre ha sido Santo, el enmascarado de plata. Hace unas semanas compré su película más representativa: Santo contra las mujeres vampiro, y el fin de semana la disfruté enormidades. Las vampiras, con Lorena Velázquez como líder, son de una cachondería, en verdad, levanta muertos. Durante mi infancia vi casi todas las cintas del Santo. Fueron importantísimas para mí porque las aventuras del enmascarado de plata le aplicaban dos tres llaves magistrales a la tristeza y dificultades que pasé cuando niño. Todos los domingos acompañaba a mi mamá al mercado con la ilusión de que me comprara un muñequito del Santo, sí, esos baratos de plástico. Algunas veces era posible, otras no; pero aun así llegué a formar una colección considerable de luchadores, que, obviamente, perdí con el paso de los años.   

   Cuando me disponía a ver una película de ese inmortal de la lucha libre, pedía a mi mamá que me confeccionara una capa para tener la indumentaria completa, pues en una de esas visitas al mercado de la colonia ella me compró la mítica máscara plateada. En cuanto terminaba el filme, yo inventaba luchas contra seres de otros mundos o monstruos terribles, y en esas batallas imaginarias tenía que aventarme de mi litera a la cama de mis padres, sí, dormíamos todos en una sola habitación, para derrotar a mis enemigos. Las batallas a dos de tres caídas terminaron hasta que las tablas que sostenían el colchón de la cama ya no soportaron jugar a que eran el ring. 

   Hoy, después de haber gozado de nuevo Santo contra las mujeres vampiro, considero que ese personaje sagrado, sabio, valiente y caballeroso con las mujeres, del que todas las profecías, apócrifas, hablaban como el restaurador del orden y el bien, sigue luchando contra mis monstruos: depresiones, desalientos, desesperanzas y decepciones actuales. El poder de Santo está vigente en mí. Simón.