jueves, 15 de julio de 2010

DUDA... CAFÉ

El 17, 18 y 19 de este mes, en la plancha del Zócalo estará tirado de panza Simón, un muñeco inflable de 38 metros de largo por 18 de alto. Los visitantes podrán entrar gratis por la boca del monigote para conocer 'in situ' el funcionamiento del cuerpo humano, específicamente el del aparato digestivo.

Aminta Ocampo, gerente de Relaciones Públicas de Danone México, empresa responsable del proyecto, dijo que se pretende "educar a niños y familias de la importancia de tener una salud óptima, así como llevar una alimentación balanceada (y que los pinches jodidos consuman de a madre nuestros productos chatarra)".

Lo que no se especificó en la conferencia de prensa, a la que no asistimos, es... ¿por dónde coños expulsará Simón a los visitantes a la exposición tipo Viaje fantástico? Fuentes consultadas, que pidieron el anonimato, nos aseguraron que para que el recorrido educativo sea completo y por demás ilustrativo, el público en general será literalmente excretado; es decir, saldrá por el orto, o como se le suele llamar de cariño antropomórfico, por Aníbal. 96 grados Bucareli desea a quienes vayan a ir a esa actividad escatológica buen provecho cultural y que no sufran de 'tránsito digestivo'. 
   
Nota. No se pudo constatar que la información entre paréntesis haya sido vertida por la pulcra y sensual Aminta, a quien no concemos pero queremos imaginar; por lo tanto, cualquier demanda o queja que motive este post queda automáticamente anulada. 

Nota dos. La imagen no corresponde a la nota informativa. Como, insistimos, no asistimos a la conferencia de prensa, no tenemos fotos de Simón, por lo que tuvimos que recurrir a internet. Gogleamos orto, y esa fue la primera gráfica que apareció. Agradeceremos su fina comprensión.   

lunes, 12 de julio de 2010

ARMAGEDÓN CHILANGO


No me importa si creen que exagero. Hay días en la ciudad de México que parecen el fin del mundo. Hoy fue uno de esos, a pesar de que supuestamente eran las primeras 24 horas de vacaciones escolares. Desde que salí de casa empezó el desmadre. No sé si la mayoría de los choferes de la ruta que tomo para llegar al Metro estaban crudos por la final del mundial que se jugó ayer, o si consideraron buen día para hacer San Lunes con motivo de que habría menos pasaje porque son, precisamente vacaciones. El asunto es que había pocos camiones en circulación y, en consecuencia, era imposible subirse a uno de ellos. Al final, conseguí colgarme de la puerta trasera de uno, con el cuerpo completo 'expuesto'.

Al llegar a Indios Verdes, ese paradero que parece una sucursal de lo peor de Calcuta, me encontré con que no había servicio de Metro. Los accesos de ese nefando servicio escupían decenas y decenas de encabronados y atribulados usuarios como si ahí dentro acabara de ocurrir una masacre por subirse al último tren rumbo hacia la salvación, para librar el Apocalipsis fi. No me quedó de otra que optar por el Metrobús. Brillante idea que compartieron miles de personitas. Cuando vi el anden de dicha alternativa de transporte, recordé de inmediato los medios utilizados por los nazis para 'transportar' o 'desplazar' a los judíos hacia la Solución Final. ¡Horror!, poco faltaba para que varias personitas cayeran emulando al héroe caricaturesco de El héroe, de Carlitos Carrera. Después de casi media hora de intentos para subir a uno de los camiones del Metrobús, por fin lo conseguí, y con mayor fuerza recordé la calidad de viaje de los judíos hacia Auswichtz o Bergen-Belsen. En ninguna estación de Indios Verdes hasta Glorieta de Insurgentes se bajó o subió alguien, así que fue prácticamente imposible que el codo que traía clavado en mi estómago desapareciera y dejara de dolerme.

De Insurgentes a Observatorio, el señor operador del tren pensó que como eran vacaciones, había que esperar a todas esas personitas que salen un poco más tarde de casita pensando que habrá menos personitas circulando por la ciudad y su infernal sistema de transporte urbano, por lo que se detenía en cada estación más de cinco minutos. Pero el señor operador jamás se percató o siquiera imaginó que los vagones ya venían ¡hasta su madre!, así que hicimos ese trayecto en el triple de tiempo normal o no tan jodido. ¡Merde!

Ya en la base de camiones hacia Santa Fe, pensé que había quedado atrás el Armagedón chilango. ¡Horror dos! En el ascenso por el llamado Pueblo de Santa Fe, trance de un solo carril para miles y miles de automovilistas, taxistas, micros, chimecos y demás bólidos que quieren llegar o transportar a la misma hora que uno a sus dueños o pasaje a sus sacrosantas oficinas, estaba casi obstruido por una concurrida procesión de señoras y señores, los más vestidos de negro y rezando o llorando, con enormes velas, flores y coronas de ídem, que era punteada por un féretro (quiero imaginar que con un cuerpo sin vida dentro). ¡Joder, joder, joder!

Me senté en mi lugar de trabajo a las 11 de la mañana, dos horas y media más de lo contemplado al salir de mi casa. En mi escritorio había varios artículos y cómics que aguardaban ser revisados. Recién comenzaba mi jornada laboral y ya me sentía fundido. Encendí mi computadora y el primer programa que abrí fue iTunes. Seleccioné mi carpeta de música favorita y mientras iniciaban las rolas que me hacen más llevadera la jornada, pensé en que el viernes quedaba muy lejos, pero que indefectiblemente tenía que llegar. Suspiré y levanté la primera hoja que leería en el día. El Armagedón había quedado afuera, esperando por mí.