viernes, 8 de enero de 2010

AMÉN NÚMERO UNO


Lo bello sólo tiene un tipo. Lo feo, mil.
Victor Hugo.

jueves, 7 de enero de 2010

OJOS QUE HACEN BAJAR LOS NUESTROS


En uno de los poquísimos días que estuve sobrio la última quincena del año pasado pude ver por cable La vie en rose. Así es, la cinta sobre Edith Piaf. No sé si quedé más impactado por la vida truculenta de la Piaf, que desconocía en absoluto, no así su música, o por la actuación de Marion Cotillard en el papel protagónico. Neta, la franchutita alcanza unos registros dramáticos sorprendentes en cualquiera de las tres etapas vitales en las que representa a Edith. La película también es valiosa porque no es una biografía maniquea al estilo Hollywood y está narrada no de manera lineal, con gran recreación del París de la época, sobre todo de las tabernas y cabarés sórdidos que coloreaban a la vieja capital francesa. Después de ver La vie en rose entendí por qué siempre que estoy tomando la bebida me dan unas ganas masivas de poner mi viejo disco de éxitos de Edith Piaf: la insigne intérprete bebía alcohol en cantidades industriales e, indefectiblemente, impregnó sus canciones de rancio vino tinto galo. Certidumbre que a nosotros, los bebedores ahora y en la hora de nuestra muerte, sabemos ventear y no tenemos opción más que proceder a solidarizarnos con el Ars Poetica de la gran Edith Piaf. Salute!     

miércoles, 6 de enero de 2010

BÚSQUEDA DE SANTIDAD


Hoy comencé a releer Diario de un aspirante a santo, de Georges Duhamel. De las virtudes narrativas y de la importancia literaria de esta obra quizá escriba después. En esta ocasión ‘postera’ quiero referirme al dueño de ese libro. La novela le pertenecía al hermano de un compañero de mi laburo, quien hace poco decidió vender la biblioteca del primero. Yo le compré varios lotes, y en uno de ellos venía el libro que mencioné, en una edición de 1939 de editorial Losada. Pues bien, el hermano, cuyo nombre era o es Rafael, un día, no sabemos si glorioso o funesto, decidió abandonar familia, trabajo y oficio (escritor y lector voraz) para siempre. Antes de su partida les dejó una carta a sus hermanos, en la que escribió, a grandes rasgos, que él estaba "terminado", que ya no tenía nada que hacer ahí (en su casa, junto a su familia… en su vida, en una palabra), por lo que había decidido “irse”, y les pedía que no lo buscaran jamás. Sus hermanos aún no saben exactamente por qué tomó tal decisión. Hasta la fecha no han vuelto a saber de él. Ese cisma personal todavía me sigue causando escalofrío. Ojalá que, como el personaje protagónico de Duhamel, haya partido en pos de la santidad. Pero de la santidad de la que habla el gran escritor francés; es decir, la de la obtención del yo absoluto. Sea así.