lunes, 2 de agosto de 2010

SI DE PÉRDIDAS HABLAMOS...

Cuando era niño, perdí a un perro; ‘alguien’ dejó la puerta abierta de nuestra casa y Dobbie se salió para nunca volver. Ignoro cuál fue su suerte. Aún lamento su pérdida. El fin de semana crucé por una especie de parque y me di cuenta de que un perrito andaba perdido, se salvó de que lo atropellaran y se internó en ese parquecito en el que yo esperaba el camión. Noté que traía un collar con una placa, seguramente con su nombre y teléfono de los dueños. Intenté agarrarlo para llamar a los responsables del animal, pero el perro era desconfiado y esquivo como el diablo. No lo conseguí, se me dio a la fuga con rapidez propia de un cuadrúpedo. Camino a casa me reproché no haber capturado al perrito para salvarlo de un casi seguro atropellamiento, pero por lo menos lo intenté. Me hubiera gustado llamar a sus dueños y esperarlos a que vinieran por él y ver el rostro de satisfacción y alegría del niño o niña a quien pertenecía el perrito. De esa manera, infiero, hubiera subsanado aunque fuera un poco el extravío aún doloroso de Dobbie y hubiera salvado una vida perruna. No fue posible. Dobbie sigue perdido, para mi pesar.

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