miércoles, 6 de octubre de 2010

El delirante Shinya Tsukamoto


Tetsuo: El hombre de hierro (Japón, 1989), ópera prima de Tsukamoto, es un palimpsesto cinematográfico delirante. Filmada en 16 mm, con presupuesto raquítico, y en un blanco y negro que, como pocas veces, exulta el onirismo y sondea las posibilidades súmmum del inconsciente, la película no esconde que su creador ha abrevado de los orígenes del cine expresionista, de Robert Wiene, por ejemplo; del surrealista, del ciberpunk más vociferante, de la escena glam de finales de los años setenta y parte de los ochenta y, por supuesto, de la psicosis lyncheana y las pesadillas orgánicas de Cronenberg.


Tsukamoto, pese a las limitaciones económicas para filmar su primera cinta y los riesgos inherentes del género gore, demuestra prurito de pensamiento y obra. Efectivamente, Shinya es un poeta de la imagen. Los primeros cinco o diez minutos del filme son una sucesión de imágenes hermandas en lo lírico con el futurismo poético de Filippo Tommaso Marinetti, es decir, la exaltación sinestésica de la belleza del metal, del encarnizamiento más agresivo y del industrialismo como absoluto, entre otros principios más sutilez. Después, la película desemboca en un rito orgiástico del advenimiento de la nueva estirpe: el ciborg, cuyo sino es dominar al mundo.


Tras un accidente automovilístico, un hombre empieza a sufrir una metamorfosis terrible: su estructura ósea paulatinamente se convierte en metal hasta que la piel abre paso al verdadero ser que lo constituye. En este trance, “El fetichista del metal”, personaje siniestro y retorcido, se encargará de explicarle el porqué de su transformación y su papel en el nuevo orden que ambos erigirán.


“Tetsuo” es una utopía febril de un mundo dominado por la tecnología y seres de acero, donde la fragilidad y lo perecedero de la carne es parte de un pasado de valores, relaciones e ideologías decrépitas. Tsukamoto construye un evangelio posindustrial, en el que su eccehomo ciberpunk debe sufrir lo impensable para después renacer en un superhombre, cercano al concepto que Nietzsche tenía de éste.


La Buena Nueva es la instauración de un paraíso tecno, de entidades adánicas que han superado las debilidades de la carne y las liviandades de espíritu. Por demás herética es la concepción y el alumbramiento del nuevo ser, que deviene en una santísima dualidad homosexual. “Tetsuo” cierra con una epifanía que augura sangre y destrucción, con la certeza de los personajes unidos orgánicamente de que su amor “destruirá este mundo de mierda para reinventarlo”.

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