
En estos elementos de complejidad psicológica con los que Rubén Romero animó a su ¿álter ego? podemos encontrar rasgos de una literatura moderna; Pito Pérez es el equivalente a lo que algunos teóricos de la literatura en el siglo XX catalogarían como el “héroe endemoniado”. También, en La vida inútil… hay un capítulo memorable y paradigmático en las letras mexicanas, en el que Pito Pérez valora más al Diablo que a Jesucristo, ¿broma dirigida a Ignacio Manuel Altamirano, a quien seguramente leyó Romero, y su catolicismo más allá de lo cagante?
Aquí lo sustancial: “El Diablo habita en círculos de sombras, luchando contra el odio y la envidia, ajeno a toda caricia, a todo sentimiento de ternura. El Diablo no conoció calor de madre; Jesús nació de una virgen toda pureza, toda amor. El Diablo pudiera odiar el mal y amar el bien, pero no es dueño de su albedrío; él fue condenado a amar el odio y a odiar el amor, y jamás romperá su destino. Jesucristo murió una sola vez, con todos los dolores humanos; el Diablo padecerá, por los siglos de los siglos, sus suplicios y los que Dante le inventó. ¡Pobrecito del Diablo, qué lástima le tengo!”. Señas inequívocas de literatura contestataria que ninguno de sus antecesores y contemporáneos se atrevió a crear. Sin temor a equivocarme, creo que poco o nada se ha valorado la aportación de José Rubén Romero a la literatura mexicana. Ya va siendo tiempo.
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